• Gilead
  • Autor Marilynne Robinson
  • Editorial Ed. Galaxia Gutenberg
  • Traductor Montserrat Gurguí y Hernán Sabaté
  • nº páginas 216

Marilynne Robinson. GILEAD

27/9/2011 - JOSÉ MARÍA GUELBENZU

Este es el relato de un hombre que prevé su muerte. Es un anciano de setenta años, pastor de una comunidad presbiteriana en un pequeño pueblo en el Estado de Iowa, en el corazón de la América Profunda. Sus habitantes son gentes sencillas que pertenecen a distintas comunidades religiosas, ignorantes del mundo exterior a su terruño, mundo del cual prescinden sin dificultad. John Ames es hijo y nieto de predicadores y, sabiendo que se encuentra en los últimos años de su vida y enfermo del corazón, escribe una larga carta a su hijo de siete años, engendrado con una esposa mucho más joven. “Nunca creí que vería a una esposa mía idolatrando a un hijo mío. Todavía me asombra cada vez que lo pienso. Escribo esto, en parte, para decirte que si alguna vez te preguntas qué has hecho en tu vida, y todo el mundo se lo pregunta en un momento u otro, sepas que has sido para mí la gracia de Dios, un milagro, algo más que un milagro. Tal vez no me recuerdes muy bien y quizá no te parezca gran cosa haber sido el hijo querido de un viejo en un pueblecito de mala muerte que, sin duda, habrás dejado atrás”.
A su vez, la carta es, también, un largo interrogatorio sobre el sentido de su propia vida y por aquí es por donde el texto, además de ser tan bellamente emotivo, alcanza verdadera grandeza. Es la historia de un alma buena y sin doblez; que, dicho sea de paso, es uno de los personajes más difíciles de componer pues todos sabemos que la bondad no es una virtud dramáticamente rentable. La imagen de aislamiento de este hombre que se interroga constantemente no es la de una mente embotada sino de un ser activo que carece de recursos pero no de deeseos, como puede verse: “Yo desearía, sin embargo, poder permitirme la adquisición de libros nuevos. Tengo principalmente de teología y libros antiguos de viajes, de antes de las guerras. Estoy seguro de que muchos tesoros y monumentos sobre los que ahora disfruto leyendo no existen siquiera”. En realidad, la vida que lleva es elección suya porque tiene un hermano, Edward, que ha salido del estrecho lugar donde John vive y se ha convertido en un profesional integrado en la sociedad. Sin embargo, cuando en sus recuerdos aparecen el belicoso abuelo, pastor abolicionista, y su propio padre, con el cual emprende una épica búsqueda de la tumba del abuelo en Kansas (una peregrinación atroz que recuerda por su dureza y miseria el deambular de los blancos pobres durante la Gran Depresión) comprendemos que el apego a la vida ascética es una elección de la soledad del alma y también una forma de orgullo.
La importancia afectuosa de las cosas de la vida cotidiana se convierte en el catalizador de una vida aislada cuya supervivencia se debe a su sensibilidad. Lo mismo sucede en su relación con la realidad que se produce siempre a través de su relación con la religión. Y, por fin, su aceptación de la vida como es incluye la comprensión, trufada de unos celos que no quisiera sentir, cuando ve al hijo de su único gran amigo, el pastor metodista Boughton, acercarse a su mujer y a su hijo y ve la simpatía que éstos le demuestran; es una de las secuencias cumbre de la novela y un momento clave de la composición del personaje. Todo el pensamiento religioso de John Ames es una constante justificación de sí mismo, tanto de su ser en sí como de su existencia en el mundo y, en este sentido, la religiosidad que impregna el libro tiene un papel principal. A partir de ahí, él trata de entender y ordenar su experiencia y transmitirla al hijo. Cuando piensa en Edward se da cuenta de que él, John Ames, es el hijo que permanece en la casa del padre de la parábola evangélica. De tal convicción dan fe estas palabras que lo definen a la perfección: “soy uno de esos justos por quienes el regocijo en el cielo será relativamente contenido”.
Esta historia de un hombre justo, narrada en su propia voz con una elocuencia admirable, revela también el fondo tradicional del pensamiento de su autora, una mujer extremadamente inteligente y expresiva que culmina con esta obra el trabajo de más de veinte años y nos regala una inesperada obra maestra sobre asuntos de profunda trascendencia acerca del ser y el sentido, servidos por un personaje perdido y hallado en la más rancia América rural, cuya humildad y bondad sólo pueden compararse a su extraordinaria fortaleza vital y a su emocionante humanidad.
José María Guelbenzu.

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