Un canon policiaco clásico

02/2/2010 - JOSÉ MARÍA GUELBENZU

Este es un canon personal que se refiere sólo al género específicamente denominado Policíaco o De crimen y misterio. Abarca desde sus orígenes hasta el reconocimiento del género y su posterior desarrollo, por lo que estimamos que llega hasta los años cincuenta. Es, en su apogeo, una novela de entreguerras aunque se extiende y sigue progresando hasta la segunda posguerra mundial, donde deja ya de lado ese aire propio de un espacio de transición entre dos contiendas devastadoras y se aproxima al psicologismo que seguirá en la época existencialista. En cierto modo, bien puede decirse hoy que se expandió como un alivio para una sociedad que ve caer el antiguo régimen, es gravemente golpeada por una Europa devastada, por la Gran Depresión americana y, finalmente, vive el ascenso, eclosión y desastre de los totalitarismos. Por eso hoy, el mundo de esas novelas, especialmente en los años veinte y treinta, semeja una pecera en la que nadan especies de museo. Pero no es así: el crimen es y será siempre una vía de conocimiento de las vicisitudes del ser humano así como la intriga el acicate de cualquier historia. El canon –personal, insisto- se detiene ante la novela negra que comienza con el gran maestro Dashiell Hammett; cuando este canon continúe, lo hará también en forma de clásicos del thriller. El thriller es anterior a Hammett; de hecho se considera tal a toda novela que da un paso más allá del juego del asesino y el detective y se adentra en el territorio de una criminalidad más sangrienta y brutal, donde el mal se erige como amenaza y la tensión narrativa se apoya más en el terror que en la aventura o en el juego de la lógica. El policíaco está más cerca de la adivinación, del acertijo, y hay un trato implícito entre autor y lector que se recoge en las reglas que establece el Crime Club. El thriller tiene una relación más cruda con la realidad, con el miedo, con el morbo, y derivará con el tiempo en lo que se conoce como “novela negra”, retrato nada complaciente de (y denuncia a menudo) de una sociedad cruel e inmisericorde.

Edgar Allan Poe.

LA CARTA ROBADA, LOS CRÍMENES DE LA RUE MORGUE y EL MISTERIO DE MARIE ROGET.
Edgar Allan Poe, no contento con ser el creador de la literatura moderna, fue también el que inauguró el género policíaco con un golpe de genio cuya influencia se extiende hasta nuestros días. También fue el creador de la figura del detective amateur en la figura de Auguste Dupin. Se basó en la sola idea de que todo misterio tiene una explicación y que esa explicación se puede deducir no sólo con pruebas sino por medio de la lógica y con ayuda de la imaginación. Así es como sentó un principio que está en el origen mismo del policíaco, a saber: que el secreto de la ocultación está en esconder algo a la vista de todos y hacerlo de modo que nadie lo advierta. La carta robada se convierte así en la fuente nutricia que alimenta el género y en el símbolo que lo representa.

Wilkie Collins.

LA PIEDRA LUNAR.
También se puede hablar de ella como de la piedra angular de la novela policíaca porque ésta si que es la primera novela policíaca propiamente dicha. Collins era un maestro de la trama y un consumado creador de personajes malvados, los clásicos “malos” de toda historia de intriga. Con un estilo victoriano, múltiples personajes y una morosa e inolvidable precisión, Collins nos cuenta la historia de un diamante robado en la India, su origen sangriento, su paso de unas manos a otras, la misteriosa presencia de tres brahmanes que buscan recuperarlo y, lo más extraordinario, su desaparición el día misma que lo hereda una bella muchacha, que pierde además a su prometido en ese avatar. El primer policía profesional del género está aquí, el sargento Cuff, que será quien acabe por descubrir todo el complejo tinglado reuniendo el total de versiones que distintas personas ofrecen sobre el desarrollo de la historia. Tiene todo el sabor de la intriga y toda la fuerza romántica de la aventura, además de una creación de escenarios al detalle. Una obra maestra.

Gastón Leroux.

EL MISTERIO DEL CUARTO AMARILLO.
El autor de la celebérrima El fantasma de la Ópera, leído hoy, manifiesta en exceso su condición decimonónica. Lo manifiesta en la estructura de folletín que tiene El misterio del cuarto amarillo, aunque debe de quedar claro que se trata de una novela policíaca con todas las de la ley , y lo manifiesta también en la figura de su detective, Rouletabille, un clásico. Este Rouletabille resulta ser un muchacho de dieciocho años, periodista, dotado de un instinto envidiable para la investigación. Pertenece a la tradición del detective deductivo, dotado de un asombroso poder de relacionar datos y de gran perspicacia para localizarlos. La verdad es que resulta chocante esa sabiduría, inteligencia y seguridad en sí mismo en un muchacho tan joven y no, en cambio, su alegre desparpajo ni su audacia. En todo caso, esta novela tiene el honor de ser la que inaugura el famoso problema de la habitación cerrada, que se ha convertido en la piéce de résistance de cualquier autor de estilo clásico que se precie. El problema es, sencillamente, que alguien aparece muerto en una habitación cerrada y estanca, pero, a pesar de las apariencias, no se trata de un suicidio sino de un asesinato; ahora bien, el asesinato parece imposible aunque se tenga la evidencia pues ¿cómo logró salir el asesino de la habitación sellada? Es un problema ilustre, de la misma importancia que el no menos clásico del asesinato anunciado.

Arthur Conan Doyle.

EL SIGNO DE LOS CUATRO.
Resulta bien difícil decidirse por uno cualquiera de los libros dedicados al detective por antonomasia, Sherlock Holmes. El señor Conan Doyle planteó enigmas extraordinarios en sus novelas y cuentos detectivescos y quizá la solución sería la de decidirse por el enigma más complejo o el más ingenioso; pero en las aventuras de Sherlock Holmes (y así se titula uno de sus libros de relatos) hay precisamente eso: aventura, además de enigma. Por otra parte, los enigmas se van desvelando conforme a las reglas de la intriga y por ahí se encuentra el hilo del que tirar para retroceder hasta los folletinistas como Sue o Gaboriau y conectar con Wilkie Collins. Aventura y enigma que en su caso se va desvelando con toda lógica, aunque sin llegar al que será el paso siguiente en la evolución del género: la novela-problema. Pero tan importante como el seguimiento de las reglas de acción y aventura es el relato de las extraordinarias dotes deductivas de Holmes y la suma de todo ello (aventura y enigma, intriga y acción) es lo que define perfectamente el formidable espacio de Conan Doyle ocupa. Pues bien: en El signo de los cuatro todos estos elementos, además del exostismo, se dan a la perfección y, además, como colofón tendremos el gusto de conocer a la que será señora de Watson.

Edgar Wallace.

LA PUERTA DE LAS SIETE CERRADURAS.
Wallace es la continuidad natural de Conan Doyle. Escritor extraordinariamente popular y prolífico, sus novelas de intriga mezclan la aventura con el misterio e incluye siempre una relación romántica ausente en las novelas de Doyle. Su héroe suele ser prototípico: joven, valiente, respetuoso con la chica e implacable a la hora de enfrentarse a los malvados. Sus malvados parecen el antecedente de la sociedad “Espectra” que tanto juego le dio a James Bond: megalómanos, obsesivos, deseosos de adueñarse del Poder con mayúsculas, científicos sin corazón… A partir de ahí, teje unas tramas que se ramifican sin cesar y que llevan al lector de sorpresa en sorpresa –a veces, incluso, anticipando algo para mantenerlo aún más en tensión- para acabar por reunir todos los hilos al final con soltura y maestría. Por la relación entre misterio y aventura es digno discípulo de Conan Doyle. No hay reto al lector sino que lo obliga a cabalgar a su ritmo emoción tras emoción. La puerta de la siete cerraduras tiene de todo: una lúgubres tumbas, un científico que experimenta sin piedad con humanos, una partida de asesinos codiciosos, unos ladrones de buen fondo, una herencia fabulosa, un criminal perfectamente emboscado y una puerta que abren siete llaves simultáneamente, llaves en poder de los diversos actores del drama y que habrá que reunir para abrir la habitación misteriosa de la tumba de los Selford.

R. Austin Freeman

EL MONO DE BARRO.
Richard Austin Freeman es el genuino creador de la llamada novela-problema, génesis de lo que será la novela policíaca clásica. Contemporáneo estricto de Conan Doyle fue un médico y cirujano en la actual Ghana, donde unas fiebres le obligaron a retirarse de la práctica de la cirugía, momento en que empezó a escribir novelas policíacas por las que obtuvo gran popularidad. Su método es la conversión del problema policíaco en un asunto de lógica, creando un rígido sistema de análisis que se manifiesta en cuatro fases, según T. Narcejac: “1. El enunciado del problema; 2. La presentación de los datos esenciales para descubrir la solución; 3. El desarrollo de la investigación y presentación de la solución; y 4. La discusión de los indicios y la demostración”. Enemigo mortal del thriller, busca conseguir en el lector, ante todo, una satisfacción intelectual. Sus detectives, el Dr. Thorndyke y Jarvis, no dejan de semejarse a Sherlock Holmes y Watson. El peso de la prueba es decisivo en sus novelas, no basta el descubrimiento del criminal. En El mono de barro, asistimos a una compleja historia centrada en una escultura de cerámica que desaparece junto con su autor y unas valiosas joyas, todo ello en relación con dos sucesos criminales que, en principio, parecen no tener nada que ver entre sí.

G.K. Chesterton

EL CANDOR DEL PADRE BROWN.
El padre Brown es quizá el más original de los detectives conocidos; pequeño, modesto y un tanto resabido por debajo de su aparente humildad, este cura católico en la Inglaterra anglicana se desenvuelve maravillosamente entre misterios inextricables cuya explicación no es solamente lógica además de paradójica sino que en muchas ocasiones tienen una resolución que se adentra en lo sobrenatural. El padre Brown aparece sin hacerse notar, mira mientras los demás actúan o sobreactúan, observa con atención y distingue en seguida entre lo sustancial y lo anecdótico, y a partir de estas observaciones que casi nadie toma en cuenta elabora su diagnóstico basándose en el mismo principio que, según su autor, animó a éste a abrazar la fe católica, a saber: que es la religión que menos obliga a creer en cosas increíbles. Todas las resoluciones de los cuentos del padre Brown reúnen en una especie de pañuelo mágico lo evidente con lo fantástico, fórmula feliz que atrapa al lector sin remedio. Este volumen contiene alguno de sus cuentos más emblemáticos, como “La cruz azul”, “El jardín secreto” o “El martillo de Dios”.

Georges Simenon.

EL ASESINO DEL CANAL.
Resulta bien difícil elegir una novela de Simenon, siendo tan prolífico, debido a la sostenida calidad de todas ellas. Parece, sin embargo, obligado en este canon decidirse por una del comisario Maigret, su legendario detective. El asesino del canal (“Le charretier de La Providence”) es perfectamente ejemplar. Una hermosa mujer a la que gustaban las joyas, la diversión y el lujo, aparece estrangulada entre la paja de una cuadra en Dizy, junto a la esclusa de un canal cerca de Epernay. En ese mundo de gabarras que atraviesan esclusas, entre el olor del fuel, los animales que tiran de ellas, las tabernas y la lluvia que cae metódica y silenciosamente sobre la tierra, las casas y los hombres, Maigret con su característico estilo tan alejado de los exquisitos detectives aficionados de la novela inglesa, consistente en impregnarse del ambiente para introducirse en la mente del asesino, busca con extrema paciencia, yendo de esclusa en esclusa en bicicleta, atento a las gabarras y a sus ocupantes, a los escluseros y a las gentes del lugar al culpable del asesinato de la mujer, que se complica con un nuevo crimen en la persona de uno de los ocupantes de un yate de recreo. La formidable habilidad de Simenon para crear ambientes tristes y fríos, su escritura capaz de decir con dos trazos más que otros grandes autores con extensos párrafos, la formidable descripción del mundo cerrado y silencioso de los que viven en el canal, hace de esta novela un verdadero paradigma de su mejor escritura y define a la perfección la figura y el método de ese comisario Maigret que es un personaje único en la novela policial, paciente, circunspecto, observador admirable de la vida de las gentes, tenaz y consecuente, fiado más en su capacidad de introducirse en la vida ajena que en la brillantez deductiva de una ingeniosa especulación.

Carter Dickson.

LOS CRÍMENES DE LA VIUDA ROJA.
John Dickson Carr o Carter Dickson es uno de los nombres señeros del género. Sus novelas, más de cuarenta, se desarrollan en Inglaterra o Estados Unidos –él era norteamericano, hijo de un famoso abogado criminalista, además de congresista- y sus principales detectives son sir Henry Merrivale, -un antiguo jefe del contraespionaje inglés, vanidoso, algo estrambótico y dado a los golpes de efecto- y Gideon Fell, sospechosamente parecido en lo físico a Gilbert Chesterton. Sus novelas se caracterizan por articularse en tramas enrevesadas llevadas a un ritmo muy vivo a causa sobre todo de sus finales de capítulo, que terminan siempre en punta gracias a revelaciones inesperadas. Algunas de ellas apenas dejan respiro al lector (He wouldn´t kill Patience) mientras que otras resultan más densas y armoniosas, como su célebre La cámara ardiente (The burning court), publicada con su verdadero nombre John Dickson Carr, la cual se interna en el territorio de lo diabólico o sobrenatural, que utiliza a menudo. Con todo, mi preferida es Los crímenes de la viuda roja (The red widow murders) por la perfección de su trama, su aparente sencillez y su extrema complejidad, por lo sofisticado de los crímenes, por el uso magnífico del grupo cerrado de sospechosos y por la habilidad con que liga las pistas. Su tendencia natural es el crimen imposible y por eso le tienta a menudo el enigma de la habitación cerrada, al que se ha enfrentado en numerosas ocasiones saliendo siempre con bien del apuro. En la tres novelas mencionadas existe la habitación cerrada, pero en la última ofrece una variante que, sin ser tan rígida como el enigma clásico exige, resulta de lo más atractiva.

Ellery Queen.

TRAS LA PUERTA CERRADA.
La entrada de Ellery Queen en el género policíaco representa la sustitución de la lógica por el juego. Las normas de la lógica habían aprisionado al policíaco en un corsé; lo que al principio fue la creación de la novela-problema se estaba convirtiendo en un tan sofisticado como rígido esquema obligado. Queen siguió adelante con la novela-problema, pero rizando el rizo de modo que se convirtiera en un juego, un juego de deducción donde cabía distorsionar la lógica hasta el extremo de supeditarla a la invención. Así, las tramas de Ellery Queen –y de tantos otros- son desde extravagantes hasta casi inverosímiles; extravagancia o inverosimilitud que salva, precisamente, la aceptación tácita del juego por parte del lector. Tras la puerta cerrada (The door between) es un ejemplo inmejorable de novela basada en la imposibilidad: todas las evidencias apuntan a Eva McClure, es imposible que ella no haya sido la asesina, la novela acumula pruebas en contra capítulo tras capítulo; cada vez que parece abrirse una puerta, ésta se cierra. La imposibilidad se mezcla con otro caso de habitación cerrada al que Elley Queen –protagonista de sus propias novelas- dará otra vuelta de tornillo en un alarde de imaginación... y de imposibilidad. La parte final es un juego maestro de climax y anticlimax. Quizá sea la mejor novela de Queen. Y la que se encuentra más al borde de la inverosimilitud.

A.A.Milne.

EL MISERIO DE LA CASA ROJA.
Milne es el afortunado autor de un clásico de la literatura infantil: Winnie the Pooh. Posiblemente deba a ello la frescura de esta novela policíaca, única que escribió para entretenimiento de su padre, que era un gran aficionado al género. La pareja de investigadores está formada por dos animosos y divertidos jóvenes amigos que remedan a Holmes y Watson (aunque su aire es más de aventureros que de pareja detectivesca, lo que no es impropio del autor de Winnie ) en la investigación de un crimen que, una vez más, se plantea como problema de habitación cerrada. Aquí no hay un nudo de sospechosos sino el seguimiento de una pista que, poco a poco, va dibujando un crimen extraordinario que se desvela por sus pasos, en línea recta y sin perder un ápice de interés por ello. Hay fantasmas, pasadizos, apariciones, lagos misteriosos, puertas secretas, genuina investigación… y todo ello en una espléndida mansión campestre con sus correspondiente invitadoS. La excelente escritura y la sabiduría narrativa del autor se despliega por la Casa Roja y sus alrededores con excelentes descripciones y un hábil y sugestivo manejo de personajes, amén de una intriga con situaciones nada convencionales.


Margery Allingham.

POLICÍA EN EL FUNERAL.
Margery Allingham es la creadora de uno de los más importantes detectives del relato policíaco clásico: Mr. Albert Campion. Hija de un célebre folletinista, fue educada por su padre para ser escritora, cosa tan notable como infrecuente. Estudió Arte Dramático, contrajo matrimonio con un conocido editor de revistas y se trasladó al campo para vivir en una casa estilo Reina Ana en Toleshunt D´Arcy, Essex donde, dijo ella “nuestros caballos, nuestros perros, nuestro jardín y las actividades del pueblo ocupan la mayoría de nuestro tiempo”. El joven y deportistas Mr. Campion es quien se encarga de resolver de intrincados y misteriosos caso imaginados por la autora, que siempre se caracterizó por atender cuidadosamente tanto la psicología de los personajes como la descripción delicada y perspicaz del entorno en que se suceden los crímenes. La extravagante familia Faraday de esta novela, quizá la mejor de las suyas, plantea un intriga que va de sorpresa en sorpresa en un ambiente familiar agobiante hasta el punto de hacer sospechar al lector que ella misma se ha enredado en su propia trampa, pues los asesinatos se suceden dejando apenas espacio al criminal. Y, naturalmente, sale triunfante de esa historia con una solución tan inesperada como inteligente gracias al tesón y la habilidad de Mr. Campion. Margery Allingham forma, con Dorothy Sayers y Agatha Christie, el gran trío de damas de la edad de oro del policíaco inglés.

S(tanislas) A(ndré) Steeman.

ASESINATOS EN LA NIEBLA.
No deja de ser curioso que el escritor belga S.A.Steeman haya sido el autor de una de las novelas mejores –si no la mejor- ambientadas en las calles londinenses cubiertas por la niebla. Es un escenario que desde la época de Jack el Destripador no ha dejado de ser un clásico del género, mil veces utilizado, pero la intriga que urde Steeman es una de las cimas de la cordillera del relato policíaco clásico. En Londres se producen unos crímenes que ponen en marcha a la policía: todos suceden en noches de niebla y la víctima es apuñalada por un misterioso desconocido con un estoque. Estamos ya, pues, ante la figura del asesino en serie de manera terminante y admirable. Poco a poco se descubre que el asesino vive en el 21 de Russell Square (de hecho el título original es El asesino vive en el 21), pero resulta imposible dar con él, pues aunque el número de habitantes de la casa es reducido, los que parecen sospechosos dejan de serlo a medida que el asesino sigue matando. A su vez, los habitantes de la casa recelan unos de otros y de vigilan entre sí. El maravilloso uso del recurso de la niebla y el asesino deambulante y la no menos admirable resolución de la novela me han impedido olvidarla desde que la leí en mi adolescencia.

Agatha Christie.
EL MISTERIOSO CASO DE STYLES.
Agatha Christie resulta ineludible, en mi opinión, más por su éxito y volumen de títulos publicados (más de ochenta) que por la verdadera calidad de sus obras. Tanta facilidad esconde debilidades que otros autores superan con mayor solvencia pero nadie le puede negar su fértil imaginación y ese costumbrismo británico tan grato que emana de todos sus libros y el haber llegado a ser, como comentó un crítico, la reina del crimen…decente. Su estilo estaba ya construído desde su primer libro y precisamente elijo el primero, escrito en 1920, porque en él hay una frescura inicial estupenda que posteriormente se irá convirtiendo en manierismo de sí misma, llegando a rizar el rizo de la intriga de modo excesivo. Este es no sólo el primer caso de Poirot, es decir, su presentación como detective, sino también el escenario del que será su último caso, Telón (Curtain, 1975) que concluye con su muerte. Curiosa circularidad que evidencia la meticulosa disposición de la autora que mayor eco ha obtenido entre los lectores… con permiso de sir Arthur Conan Doyle.

S. S. Van Dine.

LOS CRÍMENES DEL OBISPO.
Lo que más impacta de las novelas de S. S. Van Dine (nombre real: Willard Huntington Wright) es su unitaria calidad. En realidad, cualquiera de ellas puede representarlo con la misma dignidad que las demás. Los crímenes del Obispo (en realidad. The Bishop murder case, donde bishop vale por alfil, aunque en el titulo se juega con el doble sentido) muestra a su célebre detective amateur Philo Vance completamente desorientado siguiendo una trama que se caracteriza por una sucesión de muertes que dejan en cuadro al elenco de sospechosos. Lo admirable es ver cómo van siendo eliminados uno tras otro en una atmósfera oprimente donde el detective y sus compañeros se encuentran cada vez más a ciegas en vez de progresar hacia la solución. Evidentemente, Van Dine se propuso un “tour de force” que es lo que justifica la elección de esta novela donde la matemática, el ajedrez y la ausencia de móvil campan a sus anchas y permiten al ingeniero Huntington Wright lucir sus conocimientos. Philo Vance pertenece a la serie de detectives aficionados que pueden dedicarse a cultivar su pasión gracias a una magnífica posición económica debida no a su trabajo sino a su herencia y que se caracteriza además por una notable cultura que, en numerosos campos del saber podríamos definir cono auténtica erudición. Su modelo evidente es Sherlock Holmes, (lo mismo que el de otro gran amateur, aristócrata y de gustos semejantes a los de Vance, Lord Peter Wimsey) pero ambos se diferencian de Holmes en su gusto por el arte y el coleccionismo, notablemente refinado. Todas sus tramas son muy complejas y estudiadas, a menudo demasiado forzadas, pero es el prototipo de autor que se apoya siempre en un criminal extraordinario para establecer un deslumbrante duelo de inteligencias con su no menos extraordinario detective.

Anthony Berkeley.

EL CASO DE LOS BOMBONES ENVENENADOS.
Palabras mayores. Esta es una de las cumbres del policíaco a la inglesa, el Who done it? que domina en esta etapa clásica de su desarrollo. Lo que hace única a esta narración (y a esta intriga) es el admirable procedimiento del autor. Se comete un crimen ante el que Scotland Yard se siente impotente y un grupo de aficionados, un Círculo del Crimen, se confabula para encontrar la solución al enigma. Se darán tantas soluciones como componentes hay del grupo y lo extraordinario es que todas ellas explican el enigma, mas sólo una es la verdadera. Pero hay más: el remate perfecto es que esta vez no se produce la acostumbrada reunión final en la que el agudo detective explica al fin el misterio a sus atónitos oyentes; por el contrario, los oyentes no son simples personajes sino auténticos detectives aficionados y, lo más admirable, es el lector quien tiene que deducir del soberbio y sugerente final quién es el asesino conjuntamente con ellos. Un prodigio de construcción novelesca de la intriga. Una obra maestra. Algunas de sus otras novelas van firmadas con el pseudónimo Frances Iles.

Michael Innes.

¡HAMLET, VENGANZA!
Michael Innes es el pseudónimo de un eminente profesor y crítico literario. Excelente estilista, esta fue su primera e insuperada novela policíaca de una serie de ellas de excelente calidad. Cerca de trescientos personajes de la cultura, la aristocracia, el dinero y la política se reúnen durante tres días en el castillo de Barkloughly para dar lugar a una representación privada de Hamlet en la que se mezclan profesionales y aficionados. Por ejemplo, Hamlet lo hace el más prestigioso actor inglés del momento y Polonio el Lord Canciller de Inglaterra. En el transcurso de la escenificación, Polonio, que se encuentra fuera del escenario, es asesinado con un disparo de pistola. A partir de ahí, una trama muy bien llevada con una prosa elegante, notable dosis de observación, gran variedad de caracteres y una escritura elegante y erudita va distribuyendo sospechas entre el selecto elenco de personajes complicando más y más el enredo hasta arrojar luz sobre el asesino y sus motivos. Es una novela que por su complejidad y erudición requiere una atenta lectura, que acaba siendo sumamente atractiva. También es bastante inusual en el género por lo que tiene de perfecta recreación de un mundo de elevada representación cultural y social, que no suele ser frecuente, al menos con el grado de detalle y refinamiento con que es expuesto. El tema central, otro asunto clásico, es el de la venganza diferida.

Nicholas Blake.

LA BESTIA DEBE MORIR.
Otra cumbre del policíaco. En realidad, de ella puede decirse con toda propiedad que es quien da carta de naturaleza a la instalación del psicologismo en la novela policíaca, que llega hasta nuestros días con nombres tan ilustres como P. D. James o Ruth Rendell. El autor que se escuda tras el pseudónimo es el gran poeta inglés Cecil Day Lewis (padre del actor Daniel Day Lewis, por cierto) y ello se advierte en seguida en su excelente estilo literario. El asunto es en su momento una novedad: un hombre cuyo hijo ha sido atropellado y muerto por un conductor temerario o borracho opta, una vez que la policía se declara impotente para descubrir al criminal, por buscarlo por su cuenta; su única y obsesiva intención es tomarse la justicia por su mano y darle muerte. Cuando al fin lo encuentra y se introduce en su entorno, se sitúa ante una decisión dramática. Lo que aporta de nuevo Blake con esta novela es la introducción de un asunto moral como parte central del desarrollo de la intriga, lo cual abre una puerta nueva al desarrollo de la novela criminal. La resolución de esta historia, además, es soberbia y perfectamente ajustada al género.

Ngaio Marsh.

LA MUERTE Y EL LACAYO BAILARÍN.
La estupenda autora neozelandesa se enfrentó en esta ocasión a una situación clásica doble: la de los invitados a una mansión por capricho de su propietario con la intención de representar en vivo un drama entre personas que tienen muchas hachas que afilar entre sí y la del escenario que queda aislado del mundo exterior por obra y gracia de un accidente natural, en este caso la nieve. El resultado es un crimen que tarda en llegar, como todos los que plantea su autora, pues tiene la costumbre de representar cuidadosamente el espacio y sus personajes –costumbre que caracteriza su escritura- antes de entrar en materia criminal propiamente dicha. En este caso, el inspector Alleyn aparecerá en la última parte para descubrir cómo pudo el asesino eludir la presencia de un criado bailarín al que le dio por ejecutar unos pasos de danza en el pasillo que era necesario atravesar para llevar a cabo el crimen que en esos momentos se estaba produciendo.

Dorothy L. Sayers.

LOS NUEVE SASTRES.
Sin duda es la más importante autora del género. Mujer de notabilísima cultura, una de las primeras en obtener graduación universitaria en la universidad de Oxford con una licenciatura en francés medieval. Es autora de una traducción canónica de Dante a la lengua inglesa y de una docena de novelas protagonizadas por Lord Peter Wimsey, uno de los detectives legendarios de la época clásica del policial. “Los nueves sastres” se inicia con el coche de Lord Peter empantanado a las afueras de un pueblo en el que se ven obligados a pernoctar él y su criado Bunter. Es la noche de fin de año. En el pueblo son recogidos por el párroco y, debido a una epidemia de gripe, Lord Peter se ofrecerá a sustituir a un campanero en la realización de un carrillón. Tiempo después, al fallecer el marido de una de las enfermas, aparece un cadáver sin identificar durante el entierro. A partir de este extraño suceso, un asunto de rústica apariencia acabará convirtiéndose en un cada vez más intrincado misterio, hasta que la solución final llegue con la sencillez que acostumbra La trama integra un auténtico tratado de campanología que fascinará al lector con su erudición. Otra característica es su excelente escritura, cualidad no muy común en esta clase de novelas. Dorothy Sayers es una magnífica escritora y por ello perdura.

E. y M. A. Radford.

EL CRIMEN NO PAGA DIVIDENDOS.
Esta novela se distingue sobre todo por dos características. La primera, que se trata de una descripción minuciosa y cuidadosa de la historia, el mundo y los métodos de Scotland Yard más o menos coincidente con la época en que fue escrita (1945), lo que no es corriente ni en las novelas con inspector del Yard como protagonista. La segunda, que los logros que hoy conocemos en el análisis científico del crimen están aquí expuestos en embrión por medio del investigador Harry Manson, su laboratorio y su “caja de los trucos”, similar al maletín que todo agente de la policía científica porta hoy en día. Manson es, quizá, el primer policía científico de la literatura policíaca y abomina del género deductivo con tanta firmeza como cree en la objetividad de las pruebas. Junto a ello, encontraremos una construcción de trama realmente compleja y muy bien resuelta que desarrolla a la vez cuatro líneas de investigación distintas para irlas haciendo coincidir de manera sumamente ingeniosa y con todo género de detalles. Además, es una de esas novelas que cumplen con la regla de dirigirse al lector en momentos determinantes para retarlo (en este caso, por tres veces en tres momentos diferentes del desarrollo) a descubrir por sí mismo al criminal. Edwin y Mona Augusta Radford fueron un matrimonio autor de casi tres decenas de novelas y su detective Manson se convirtió en un referente del método científico.

Erle Stanley Gardner.

EL CASO DEL CANARIO COJO.
El prolífico autor estadounidense es el creador de la figura de Perry Mason, un personaje a medio camino entre el abogado que se las sabe todas y el hombre de acción que no vacila en alterar las pruebas (vid. El caso del patito que se ahogaba) si es necesario. Lo acompañan su bella, animosa y rendida secretaria Della Street y el director de una agencia de detectives, Paul Drake, cuya habilidad es ser siempre más rápido y eficaz que el cuerpo de policía. Mezcla de aventura y ejercicio del Derecho, sus historias atraen por su dinamismo y afán de originalidad, por un cierto optimismo muy americano y por sus escenas de juicio en las que hace un verdadero alarde de su conocimiento de los recursos legales. Un segundo personaje, protagonista de otra serie, es el fiscal Doug Selby. Y con el pseudónimo A.A. Fair publicó las historias de la feroz detective privada Bertha Cool y su experto y trajinado ayudante Donald Lam. En El caso del canario cojo se explicita la siempre sospechada y disimulada relación entre Mason y Della, que culmina de una manera gloriosa para el lector y para la serie.

Rex Stout.

EL TORO CAMPEÓN.
Rex Stout es el más joven de los autores elegidos. Norteamericano, como Dickson Carr o Van Dine. Su personaje central, Nero Wolfe, bien podría considerarse el último de los grandes detectives aficionados clásicos que, con él, cierran su ciclo. De hecho, su mismo ayudante Archie Goodwin está ya más cerca del detective de serie negra sarcástico, pícaro y fullero, que de su jefe Nero Wolfe. Wolfe es un tipo muy voluminoso, sedentario, sibarita y gran bebedor de cerveza, gusto que comparte con el propio Stout; trabaja .instalado en su famoso sillón rojo, y no gusta de salir de su casa de la calle 35, cerca de Hudson River. Vive acompañado de su secretario y guardaespaldas, Archie Goodwin; su cocinero y mayordomo Fritz Brenner y Theodore Horstmann, guardián de la famosa y colosal colección de orquídeas que Wolfe atesora en los invernaderos de la azotea. En El toro campeón, sin embargo, Wolfe se encuentra muy a su pesar lejos de su domicilio, camino de una exposición de orquídeas. Un inoportuno accidente de automóvil lo colocará frente a un misterioso asunto cuya clave reside en un toro campeón, sospechoso de asesinato, que acabará siendo muerto junto con un par de personas más implicadas en una apuesta tras la que se esconde un chantaje. Wolfe, clarividente como de costumbre, dará con una solución difícil de probar que él culminará al modo clásico de jugárselo todo a una carta.

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