19/9/2014 - JOSÉ MARÍA GUELBENZU
¿Le atraen a usted las novelas difíciles? Si es así, ha encontrado lo que buscaba. A William Gaddis, autor de esta y otras memorables novelas, aunque sólo de otra de semejante tamaño (Los reconocimientos, Alfaguara, 1987) Jonathan Franzen lo ha apodado "Mr. Difficult" y a fe que responde al apodo. William Gaddis (1922-1998) es un novelista único que, aunque pertenezca generacionalmente al grupo de los postmodernos (Pynchon, Barth, Barthelme, Hawkes...) posee una escritura y un mundo tan singulares (como, a su manera, le ocurre también a William Gass) que no admite integración aunque algunos críticos hayan tratado de asimilarlo a Thomas Pynchon. Gaddis -como Gass- es un solitario en una época extraordinariamente fructífera de la narrativa norteamericana; un escritor excepcional que exige lectores de fondo y de calidad.
Jota Erre, su segunda novela, es en realidad un largo diálogo de mil trescientas páginas por el que desfilan ciento veintitrés personajes, si no he contado mal, y un gato que se ahoga en una bañera. Los diálogos apenas tienen acotaciones aunque a veces se cortan con párrafos descriptivos de un lugar o situación. Su tema central es el dinero, pero el desarrollo del tema lleva consigo una impresionante y brillantísima sátira de la vida norteamericana y -esto para quien lo lea en su idioma original- una recopilación de hablas de cuyo embrollo inevitable ha salido muy bien parado el traductor, Mariano Peyrou.
Como buena ficción, su propuesta se aleja del realismo, pero no de la realidad. John Barth decía: "Qué diablos, la realidad es un lugar agradable de visitar, pero a nadie le gustaría tener que vivir en ella y la literatura nunca lo ha hecho por mucho tiempo". Gaddis va a construir una formidable ficción utilizando, pues, elementos de la realidad. La compleja trama nos habla de una familia, los Blast, que se disputan una empresa de tipo medio a la muerte del cabeza de familia. Al mismo tiempo, una gran familia -los Moncrieff- disputan por el holding que poseen. Además, tenemos una escuela secundaria donde estudia Jota Erre, un chico de once años más listo que el hambre y en la que enseñan la Sra. Joubert., Edward Blast -compositor y profesor- y el señor Gibbs, escritor y profesor de Física. La aplicación en la escuela de nuevas tecnologías en educación dará lugar a diversas e hilarantes discusiones y desastres; en medio de ello, Jota Erre aprende el manejo del dinero aprovechando los recreos y organiza una increíble financiera que se ensancha rápidamente, una especie de pirámide -léase estafa de la pirámide- que le convierte en un personaje de inmenso poder, todo por teléfono, hasta que la pirámide se viene abajo arrastrando consigo a las personas y empresas que aparecen en el relato ante la inconsciencia de Jota Erre que se lo ha tomado como un juego del que no aprende nada.
No es fácil seguir la historia porque todo sucede en un continuum en el que el lector debe deducir lo que está ocurriendo e, incluso, quién habla. Pero es justamente ese caudal que corre ininterrumpidamente el que hace de la lectura una experiencia apasionante que comienza con la hilarante entrevista del abogado Coen con las hermanas Blast, Nellie y Julia. Una entrevista que marca el tono de la novela y que, cuando se va complicando al discurrir la trama, exige atención y paciencia para deslindar acontecimientos; y esa dificultad de deslindar es la que establece a su vez la compleja trama que tiene como centro el dinero, el uso del dinero, la idolatría del dinero y, en definitiva, el modo en que éste sustituye a la vida y a la realidad para convertirse en el ficticio y único camino a seguir por un capitalismo insaciable, momento en que la ficción creada por Gaddis se justifica por sí misma.
El dinero es el único valor, no hay otro, lo que convierte a la vida en una suma de traiciones y luchas por obtenerlo cuando, en sí, no es otra cosa que un montaje que dirige inexorablemente la vida misma. La fama, el éxito, la ganancia... ciegan a todos los personajes, quizá excepto a Edward Blast y Jack Gibbbs, los únicos que han podido aprender algo de toda esta experiencia; pero el hundimiento del tinglado no ayuda a nadie más, todo volverá a repetirse, la capacidad de corrupción del dinero, su poder para dirigir vidas y haciendas, la confusión permanente e interesada entre valor y precio... El capitalismo lo reduce todo a valor económico, el dinero se convierte en un objeto de deseo en sí mismo y, a partir de estas dos conclusiones, la sátira está servida. Está servida por William Gaddis con una dureza implacable, con humor y con el relato ininterrumpido de conversaciones que retratan la alienación de una personajes y una sociedad enredada en su dependencia del dinero, su vida social, su ceguera, su ambición y su confusión. Pocas veces se ha contado la enfermedad de la codicia de una manera tan maravillosamente radical.