03/2/2014 - JOSÉ MARÍA GUELBENZU
No es frecuente encontrar grandes novedades dentro de la literatura histórica. Tampoco es frecuente encontrar textos que vayan mucho más allá de la crónica novelada. Una buena novela histórica ha de tener, por parte del autor, una intención superior a la de novelar un período histórico si quiere competir de igual a igual con la gran ficción. Es decir: el autor ha de crear, no sólo recrear. Hilary Mantel, con su hasta ahora doble incursión en el mundo de los Tudor –que ha sido doblemente premiada con el Man Booker Prize, el más prestigioso de los premios literarios ingleses- ha conseguido alcanzar esa meta con sus dos libros y demostrado una ambición literaria fuera de lo común.
Una reina en el estrado cuenta la caída en desgracia de Ana Bolena, a la que Enrique VIII se dispone a sustituir por la que fue su tercera esposa, Jane Seymour; en este camino final asistiremos también a los últimos meses de vida de Catalina de Aragón, la reina repudiada, y a los movimientos dentro de la corte entre los Bolena y los Seymour para conseguir el favor del rey, además de a otros muchos cortesanos con intereses que defender y posiciones de poder que ocupar.
La historia es bien conocida, así que no conviene insistir en ella. Lo verdaderamente interesante de esta novela es detenerse en su realización. El verdadero protagonista es Thomas Cromwell, conde de Essex, Secretario de Estado y Primer Ministro de Enrique VIII: con él se empeña Mantel en crear un personaje y a fe que lo consigue. Cromwell no pertenecía a la nobleza –era hijo de un calderero- y su ascenso y ennoblecimiento lo consiguió ganándose la confianza del rey. Su astucia y habilidad para moverse en los entresijos del poder es legendaria, pero del hombre no se sabe tanto como de sus manejos; de hecho, el personaje sólo podía ser creado desde la ficción, con el riesgo que eso entraña. Es decir: para dar con él no había que novelar su historia sino crear, tal como exige la ficción, al personaje. Un personaje que, sin embargo, debía de responder, al menos externamente, a la realidad conocida.
Para lograrlo, Hilary Mantel recurre a una argucia de narrador que revela su talento. La novela está relatada en presente; la voz narrador a es la de un narrador inidentificable que se refiere a Cromwell con el apelativo él (“Él dice, un poco incómodo, que lo de escribir versos a las damas, incluso a las casadas, no tiene importancia…”) De este modo establece una especie de distancia inmediata y un doble efecto: Cromwell se convierte a la vez en personaje y en observador: así domina, ve elige, decide, planea, deduce. Es un hallazgo literario de primer orden porque Mantel se “mete” así en Cromwell al tiempo que evita que éste cuente en primera persona, evitando a la vez entrar directamente en la mente de Cromwell que, si no, sería el narrador. De este modo fabrica una distancia magnífica para un relato histórico y para dejarnos ver a Cromwell. Mantel crea, no recrea.
Porque Thomas Cromwell es, según confesión propia, el verdadero objetivo de Hilary Mantel, que lleva aparejado consigo, como es natural, una representación admirable de las intrigas y conspiraciones del poder. Conspiraciones, mentiras y maldades perfectamente acordes con los tiempos que vivimos, con la diferencia que existe entre una monarquía omnipotente y una democracia. La conclusión final es que la esencia de la lucha por el poder es la misma, que sólo varían las condiciones. Esta es una lectura muy conveniente hoy día, no sólo referida a la política sino a la lucha por la vida en general.
Pero, además, Mantel cuenta de manera vigorosa, con una prosa de ritmo vertiginoso y una expresividad casi perversa, siempre a gran altura. La descripción de Enrique VIII (pag. 56), el retrato de Ana Bolena y de Ana más Cromwell (págs. 57-58); una maldad de Cromwell de raíces bíblicas (pag. 123); Cromwell explicando cómo tratar al rey (pag. 258); la fuerza de Cromwell cuando nos damos cuenta del tan complejo como frágil entramado del poder y sus aledaños, siempre a merced de la intriga, al que un azar –la caída del rey en una justa- puede dar una dramática vuelta a la Historia; la última conversación con lady Worcester, cunado Cromwell empieza a tejer su tela de araña sobre Ana Bolena, tras el enfrentamiento de ésta con el rey y las subsiguientes con Mary Shelton y Mark Smeaton y el modo sibilino con que les arranca lo que quiere que digan en el juicio (págs. 332 y ss.) son sólo unos pocos ejemplos del poder de creación de la autora. En fin, una novela que nos coloca ante un mundo turbio donde la verdad no interesa y donde Hilary Mantel consigue el milagro de regalar al lector la posibilidad de que éste la recree en su agradecida imaginación.