• El misterio del Bellona Club Trad. de Flora Casas
  • Autor Dorothy L. Sayers
  • Editorial Ed. Lumen, Barcelona, 2005
  • nº páginas 336

El misterio del Bellona Club

15/9/2005 - JOSÉ MARÍA GUELBENZU

Dentro de la novela criminal, hay dos nombres que, en mi opinión, son lo más alto, las dos cumbres del género: Dorothy Sayers en lo policíaco y Dashiell Hammett en esa evolución del género llamada novela negra. Dorothy Sayers fue conocida en España en las ediciones policíacas populares de los años cincuenta y posteriormente desapareció como todo lo policíaco en general. Ahora prima la novela negra mezcla de realismo y denuncia social, bastante mimética por cierto, pero a su sombra van reapareciendo alguno de los grandes autores de antaño (como los cánones que Valdemar está editando de Chesterton –el padre Brown- y Conan Doyle –Sherlock Holmes-, los Arsenio Lupin de Maurice Leblanc en Edhasa, Agatha Christie, que nunca ha acabado de estar desaparecida, etc) y volverán probablemente autores como Ellery Queen, E.A. Freeman, Van Dine o Dickson Carr. Cuestión de tiempo.

Digo que la mejor de toda esa época post-padres fundadores me parece Dorothy Sayers y cualquier lector que haya leído esa maravillosa novela de crimen y campanología que es Los nueve sastres (Col. Gimlet, Ed. 62, reseñada en estas páginas) creo que no estará lejos de mi afirmación. Dorothy Sayers es, sin duda, la más literaria de todos los escritores de policíaco. Su concepción de un asunto a resolver se corresponde con la idea aristotélica de que “siempre se debe preferir lo imposible probable a lo posible improbable”, máxima que se aplica su detective-protagonista Lord Peter Wimsey. Éste, como la mayoría de los investigadores privados de esa época, reúne ciertas características necesarias, a saber: la primera, disponer de un tiempo ilimitado, no ser interferido por trabajos como los que atan al resto de los humanos; la segunda, la comodidad: puesto que disponen de tiempo, disponen de rentas. Los hay que cobran por sus servicios, pero siempre con elegante displicencia y sin factura, por así decirlo (Holmes, Poirot) y los hay que disponen de una pequeña fortuna (Philo Vance, Lord Wimsey). Éstos últimos suelen ser entendidos en arte, cultos, bibliófilos, expertos en modos de matar… y gourmets. En El misterio del Bellona Club, Lord Peter consume Dry Martín, un Cockburn del 86, whisky Worthington, Liebfraumilch con el pescado y, en cuanto a tintos, Chambertin o Romanée-Conti (o sea, Borgoñas sobre Burdeos).

En fin: gusto, dinero, tiempo y una mente agudísima para ver y relacionar. Suelen ir acompañados por un secretario (Van Dine), compañero (Watson), criado (Bunter, con Lord Peter) fiel hasta la muerte y perfectamente complementario. Lo que caracteriza y diferencia a Dorothy Sayers –mujer cultísima, introducida en los mejores círculos intelectuales, de alma victoriana, autora de una traducción canónica del Dante…- es su concepción del relato. Por lo general, el autor de esta época solía retar al lector a descubrir al asesino dejando las pistas hábilmente dispuestas y disimuladas en el texto. Pero Sayers no opera así; para ella lo importante de la historia es el desarrollo de la historia misma, es decir, antepone la construcción literaria al efecto sorpresa y éste queda reducido a una conclusión lógica, pero la intriga no se pierde ni por un momento. El misterio del Bellona Club es un buen ejemplo: es un caso sencillo y a la vista, no hay truculencias, ni efectos fuertes, ni revelaciones sorprendentes, ni detective que se hace el misterioso; es, simplemente, un asunto sencillo muy difícil de indagar, algo que no parece nada llamativo y acaba siendo un verdadero nudo a desatar que se desata paso a paso y a la vista del lector. Por decirlo más expresivamente, Sayers va sacando las cartas una a una, como en el póker descubierto y juega su baza final con todas las cartas a la vista excepto la tapada. El resultado es que no viene obligada a darnos la clásica explicación final complejísima del brillantísimo detective al aturdido lector, sino que aquella va viniendo por sus pasos sin perder un ápice de interés, al limitarse a destapar la carta que completa la jugada. Para ella lo verdaderamente importante es el desarrollo de la trama, no el final-sorpresa y esta novela posee un final admirable: una charla tras la que late la espera de algo que va a suceder y sabemos, seguida de una serie de instantáneas miniescenas encadenadas.

Además, los personajes tienen cuerpo, no son arquetipos ni marionetas, sobre todo Lord Peter, que va evolucionando de principio a fin, involucrado en una situación que se vuelve dramática también para él por su complejidad. Son personajes bien vistos, eficientes respecto a la trama, que mantienen un excelente equilibrio entre las cláusulas propias del género y su propio interés como personas; eso quiere decir que no son particularmente complejos, pero sí particularmente reconocibles. En ellos hay una actitud o un problema moral, propio de su fondo victoriano y expuesto con delicadeza y convicción. Todo ello hace de sus obras un mundo personal y reconocible en un estilo limpio, no exento de humor y, en su sencillez, extraordinariamente preciso. Lo dicho: una cumbre del género, una mujer de singular inteligencia y cultura, un detective magnífico y una de esos relatos -clásicos, sí- que te hacen añorar los felices fines de semana junto a un libro. La traducción de Floras Casas –bien conocida por sus excelentes versiones de Naipaul, entre otros- presenta algunos descuidos que no sé si son tales o quizá falta de nota explicativa a pie de página. Peccata minuta, de todos modos.

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