Los hijos de la noche

2012 - J.A. MASOLIVER RÓDENAS / LA VANGUARDIA

El mismo novelista que en 1968 escribió El mercurio, novela pionera que rompe con todas las convenciones del realismo, se convierte en uno de los más devotos cultivadores de la novela con voluntad de novela que nace con el romanticismo y culmina en el realismo, sin abandonar su afán renovador. La definición de Constantino Bértolo para la narrativa de José María Guelbenzu (Madrid, 1944), “raíces en la tradición, osadía frente a ella”, vale sobre todo para El esperado, novela publicada en 1984 y reeditada ahora, que invita a una reflexión sobre una trayectoria tan peculiar como consistente.

El esperado debe tanto a la narrativa inglesa del siglo XVIII como –sin el mínimo afán despectivo– al mejor José María de Pereda. Si en Peñas arriba se nos habla del invierno de Marcelo en casa de su tío Celso, ahora un narrador en tercera persona se alterna con la voz de un muchacho de quince años, León Saldaña, para hablarnos de su terrible experiencia, un verano de 1959, en el cántabro pueblo de Solano. También aquí la naturaleza ha de tener una presencia determinante, con una carga simbólica que refuerza la intensidad del relato; y el realismo de raíz costumbrista se ve desplazado por una tragedia que a veces roza, involuntariamente, el melodrama.

La novela tiene mucho de educación sentimental: asistimos a la inocencia amenazada por una visión degradada del amor, por el pasado falangista de un personaje como Pepín el Guapo y por la importancia del poder, del dinero y de la diferencia de clases. León es un muchacho “ponderado y tranquilo”, “modesto y bien educado”. Su padre murió cuando él tenía tres años: “no era rojo, pero era maestro”, “y los maestros estaban mal vistos por los nacionales”. Estudia en un buen colegio porque consigue una media beca. Su amigo Jaime le invita a pasar las vacaciones en su casa. Y es así como entra en contacto con la familia de los Mayor, una de las principales de Solano, para penetrar en “un mundo que cada vez se le aparecía más misterioso y turbio y al que las sombras del pasado sobrevolaban como aves carroñeras”. Y se siente impotente, vulnerable e indefenso porque él es simplemente testigo de “aquel turbión de pasiones”: “Las cosas me sucedían a mí pero yo no les sucedía a ellas”.

Atracciones incestuosas, pasión, infidelidades y rechazos en los que la clase social y el papel desempeñado durante la guerra civil tienen un peso importante nos sumergen en un mundo delirante y demencial. Y frente a él, la inocencia de León y su amor por Regina, una hermosa mujer con fama de haberse acostado con todo el mundo y de ser astuta y cruel, pero que siente una especial simpatía por el muchacho: “tú eres el elegido, León, sal de nosotros, apura estos cortos años felices de tu vida antes de enfrentarte a lo incierto, a la inseguridad, a tu destino”. León es el hijo del día y ellos son los hijos de la noche y él siempre tuvo miedo a la noche por lo que hay en ella de “pozo sin fondo y soledad”.

A la noche y el día se añade la naturaleza: el bosque en el que la melodía “se alzaba como un canto” o un paraje en el que se refugia y que “hubiera sido grato a los dioses antiguos”. Como contraste, las terribles tormentas o el sofocante calor, del mismo modo que el mar y la montaña son lugares de plenitud o de peligro. El esperado convierte lo que podría ser una novela tradicional y hasta convencional en una poderosa tragedia que, testigo de un tiempo, alcanza la grandeza de la intemporalidad.

Página desarrollada por Tres Tristes Tigres