El sentimiento

1995 - DARÍO VILLANUEVA

Cuando el lector fiel a José María Guelbenzu se encuentra en las páginas de El sentimiento con Julio López Mansur, uno de los protagonistas de su novela anterior, La tierra prometida, es probable, pero sobre todo muy conveniente, que rescate sus recuerdos de una trayectoria novelística iniciada en 1968 con El mercurio y compuesta por seis títulos más. Así al menos lo he hecho yo para ratificarme en la idea de que esa trayectoria constituye uno de los proyectos narrativos más rigurosos y gratificantes de nuestra literatura actual, elaborado sin prisa y sin pausa, como corresponde a una escritura verdaderamente literaria que pretende consolidar su esencialidad en el tiempo.

Esa trabazón de un universo novelístico que Guelbenzu postula y consigue a lo largo de su obra tiene mucho que ver con su preferencia por la novela de personaje, frente a la de acontecimiento o la de espacio. Así Chéspir, que procede precisamente de El mercurio, es el protagonista de otra de sus obras preferidas por mí, La noche en casa, en la que destaca el logro de un diálogo convincente y sustancioso que igualmente brilla ahora en El sentimiento. En esta última novela el escritor redondea, por otra parte, la intensa significación que lo femenino tiene en toda su obra, y por ello enlaza directamente con El río de la luna, una de cuyas secciones, acaso la principal, se titula "Las mujeres de mi vida".

La simbología lunar avisa de esa constante indagación sobre la mujer que caracteriza a Guelbenzu y marca una de sus afinidades electivas con un poeta al que ha estudiado y editado, Gustavo Adolfo Bécquer. La descripción del proceso creativo que éste hace en sus Cartas literarias a una mujer y otros de sus escritos, en términos muy similares a los de Wordsworth, nos ayuda a entender la novelística toda de Guelbenzu, y en especial el título que tenemos hoy ante nuestros ojos: la obra es creada mediante la suma de sentimientos que, luego de experimentados, la memoria recupera para proceder a la búsqueda del lenguaje más pertinente con que expresarlos.

Precisamente Mansur y una de las protagonistas de El sentimiento, Isabel McVee, dialogan sobre este asunto crucial en una de las páginas de su libro primero, en donde se relaciona el tiempo con el filtro que deja pasar determinadas sensaciones y afectos y retiene otros. El conjunto de ese proceso constituye, precisamente, el sentimiento que da título a esta novela donde se reúne, de modo sumamente ajustado y oportuno, un valioso catálogo de sensaciones y de afectos, positivos los unos, negativos los otros, pero todos humanos y alimentadores —como Isabel postula— de la inteligencia.

No se encontrará el lector, no obstante, con un relato carente de acontecimientos, ni tampoco falto de una marcada dualidad espacial entre el Madrid de la lucha por la vida y un Norte brumoso y mágico, patria de la niñez y de los sueños. El sentimiento es una novela en la que se encadena una trama completa a partir del antagonismo existente entre sus dos protagonistas, Isabel y Diana de la Riva, especie de Marta y María contemporáneas, pues la primera es entre los ejecutivos del negocio publicitario un ejemplar de "tiburón hembra", mientras que la segunda aparece desde un principio predestinada a ser "una esposa perfecta". Actúa además un triángulo amoroso que las relaciona a través de Alberto Olaide, amante de Isabel y marido de Diana, y concurre igualmente ese clímax final que precipita el recuerdo de todas las sensaciones y todos los afectos vividos: la amenaza de la muerte o la toma de una decisión trascendental que cambiará la existencia. Pero el escritor, que sabe de la fidelidad y buena disposición de sus lectores, prefiere jugar con el orden del tiempo a darnos su secuencia cronológica natural, y de este modo, narrándonos después lo que ha ocurrido antes, adelantándonos los efectos sobre las causas, amortigua el impulso proyectivo de la trama para realzar la sustancialidad de los personajes y de los sentimientos o sensaciones que en cada momento los embargan.

Otra de las constantes de Guelbenzu, además de la pérdida del paraíso con la huida de la infancia, ha enriquecido su obra con un intenso valor testimonial, cifrable en la suerte de una generación desengañada, la de los universitarios nacidos después de la guerra civil, protagonistas de una rebeldía histórica que, sin embargo, ha dado paso en la madurez a un desolador nihilismo existencial. Isabel y Diana vienen a ser de la misma generación, pero en ellas el testimonio apunta hacia otro norte: el de la auténtica revolución social y cultural que en la España posterior a la guerra civil han aportado las mujeres.

En las trayectorias vitales encontradas de Isabel y de Diana se encierra un amplio abanico de las situaciones de la mujer en la sociedad española de los últimos decenios. El escritor ha seleccionado, gracias a su gran capacidad de observación, los detalles más significativos de tan complejo proceso, para encarnarlos en sus dos protagonistas, proporcionándonos así, a través de casos concretos, el sentido entero de una nueva realidad social. Pero detrás de este resultado, más o menos objetivable, se encuentra una compleja maquinaria formal acerca de cuyo funcionamiento no me considero el lector más capacitado para pronunciarse. Me limitaré a declararme parte interesada de un diálogo que El sentimiento instituye y da razón, por sí mismo, no sólo de su estructura sino también de su gran empeño como obra literaria. Ya mencioné antes cómo la articulación de su tiempo narrativo reclama de nosotros los lectores una entrega activa y cooperante, pero no se queda aquí la apertura estructural de la novela a los distintos resultados de los actos de leer de que será objeto.

Estamos ante una novela fundamentalmente de personajes femeninos, y de sentimientos, por lo tanto, encarnados en su sensibilidad diferencial. El que un lector masculino los considere convincentes atestigua, cuando menos, una cierta coherencia o verosimilitud global de la novela, pero no resulta un testimonio digno de tanto crédito como el de una lectora, máxime cuando en la estructura de El sentimiento es determinante el papel omnisciente de un narrador que, siendo como es una pura función del texto, en una obra de tan marcadas características, participa ineluctablemente de la perspectiva sexuada del propio autor. Guelbenzu nos pone sobre la mesa, pues, una novela que sin plantear explícitamente el debate literario del feminismo lo hace de modo implícito, cervantinamente.

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